Varios

Misterios del Manantial

De niños frecuentamos al paraje de “el manantial”. En aquella época era una zona totalmente despoblada, muy atrayente por su naturaleza, en especial para los que deseábamos el contacto con el río y gustábamos de la pesca. Con algunos amigos, marchábamos costeando el río. Nos llevaba casi dos horas de andar bajo el sol del verano, cargando al hombro la bolsa con los sándwiches y las cañas mojarreras. Entonces, mucho antes de llegar, la sed hacía desear el agua misteriosa que surge de las profundidades. Recorríamos atropelladamente como terneros los últimos metros y bebíamos con desesperación de aquel chorro fresco hasta saciarnos.
De antiguo, esa fuente de agua milenaria se derramaba directamente en el río, como ocurría con otros manantiales de la zona que ya desaparecieron al descender las napas. En cambio este manantial se ha conservado. Tal vez contribuyó a ello su mayor caudal o el ser encauzado a principios del siglo XIX por un arrendatario de los campos de Álvarez que instaló allí su tambo. Conocimos las ruinas de su vivienda bajo la arboleda donde actualmente funciona el camping del Club de Caza y Pesca. Parece que el tambo dejó de funcionar cuando los herederos de Francisco Álvarez remataron las tierras de su estancia.
De alguna manera este hombre se ingenió para construir una especie de pozo artesiano, forzando al líquido a fluir por un tubo que drena en una especie de pileta cuadrada, de ladrillos, seguramente para servir de estanque donde refrescar los tarros de leche. Luego el agua se derrama a un zanjón que desemboca en el río. En la actualidad fluyen hasta seis mil litros de agua por hora, según el régimen de lluvias.
Años atrás era habitual que la gente llegara por la tarde del domingo para abastecerse de agua, llenando bidones para beber en sus casas. Especialmente aquellos paseantes que regresaban a la Capital luego de pasar aquí los fines de semana.
Sería conveniente determinar la potabilidad de esa agua en la actualidad ya que mucha gente aún la consume. Simplemente se trata de agua de la primera napa atrapada por sedimentos de arcilla muy plástica y, desde luego, no posee las propiedades minerales extraordinarias que algunos le atribuyen.
El misterio del manantial se hizo aún mayor cuando en 1984, hallamos enterrados en sus arcillas restos de animales prehistóricos. Una gran acumulación de huesos entre los que distinguimos partes del esqueleto de Lestodon armatus, una especie emparentada con los Perezosos actuales que debió medir más de cuatro metros de largo. También yacían allí fragmentos del esqueleto de Toxodonte, mamífero de un orden extinguido que tenía una apariencia similar a los Hipopótamos. Muy cerca, bajo las raíces de una Casuarina, yacía otro esqueleto casi completo de un Gliptodonte del género Panochthus.
Recuerdo que en medio de aquellos trabajos, que duraron casi dos semanas, veíamos pasar a un hombre, muy viejo, montando un caballo que llevaba en ancas a un niño vestido con guardapolvo blanco. Cruzaba el río, que allí es poco profundo, y se detenía a observar de lejos. Me extrañaba que su curiosidad no lo atrajera hasta el manantial para ver los huesos que excavábamos. Luego continuaban su camino. Una mañana imprevistamente acerté a pasar por el sitio desde el que observaban. Nos pusimos a conversar sobre el tiempo y la escarcha que blanqueaba el pastizal. Hacia mucho frío porque era mayo. El niño oía nuestra conversación sin soltarse de la cintura de su abuelo. El viejo llevaba al nieto a la escuela y de paso hacía algunas compras en el almacén de Don Pedro, “por encargo de la patrona”. Le dije que si deseaba podía acercarse hasta la excavación para ver de cerca las osamentas. Me contestó seriamente que no y lo noté algo perturbado. Me agradeció la invitación, agregando que “por las dudas” él allí no se arrimaba. Le pregunté el motivo de su desconfianza. Me explicó que desde muchos años atrás, sobre todo con mal tiempo, por la noche, allí solía aparecer la “luz mala”. Que él mismo la había visto muchas veces.
De inmediato vino a mi memoria aquel fenómeno de fosforescencia que suele producirse donde existen grandes acumulaciones de huesos. Varios autores como Florentino Ameghino y Joaquín V. González lo han mencionado en sus escritos.
Iba a explicarles el hecho científico, a describirles las interesantes reacciones químicas del fósforo con el oxígeno… pero no. Al ver la mirada del niño me pareció que ya habíamos resuelto suficientes misterios por esos días. Saludé y me fui.
Desde aquellos días, El manantial sigue allí, resistiendo el paso del tiempo como un mojón líquido. Tal vez logre conservar su encanto a pesar de la sobre explotación de los acuíferos. Entonces contínuará humedeciendo la pradera que perfuma a pasto verde. Alimentando la  fantasía.
Fuente:  Prehistoria de Moreno
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