Faltan unos minutos para las 7 de la mañana y me encuentro desayunado en la estación de Ulan Bator, en la capital de Mongolia. Pedí lo mismo que casi todos los esperan para subir al tren: un té con leche bien diferente, espeso, grasoso y algo salado, con un dumpling de cordero, un desayuno calórico que consumen los locales para combatir el frío.
Una vez por semana el Transmongoliano une las capitales de Mongolia y China, mientras que otro día a la semana lo hace otro tren proveniente Rusia, el Transiberiano.
En el andén los -34 ºC se hacen sentir, si bien no hay ni siquiera una brisa, todo está congelado, la tierra parece cemento, cualquier fuga de agua es hielo es minutos. Junto a la escalera de cada coche dormitorio, las azafatas vestidas con típico uniforme y gorro de estilo ruso, revisan los boletos y en idioma local me indican que se puede abordar.
Una vez arriba busco el camarote, espacio que compartiré con otros tres pasajeros por las más de 31 horas que durará la aventura.
Puntualmente 7.30 nos ponemos en movimiento, despacio Ulan Bator con su olor a carbón vegetal quemándose va quedando atrás. Debido al frío extremo todo sirve para calefaccionar y generar calor y el carbón mineral impregna a la ciudad de un olor parecido al kerosene y el smog se percibe aún en los días nublados.
Así con las primeras luces del día nos adentramos en el desierto de Gobi, una planicie extrema y deshabitada.
El tren está completo, en su mayoría mongoles, unos cuantos chinos y no más de 6 o 7 turistas europeos. Tres simpáticos mongoles, dos chicos y una chica son mis compañeros de camarote. Son estudiantes universitarios que volvieron a Mongolia a visitar a sus familias durante el receso de primavera en China y ahora regresan a seguir con sus estudios. Quienes quieren progresar tiene dos destinos seguros: Rusia o China.
El camarote si bien no es muy espacioso, es funcional, cuenta con cuatro camas, cada una con su propio plasma y una mesita fija. Las azafatas nos proveen de ropa de cama y almohadas.
Mientras avanzamos, pequeños caseríos literalmente perdidos en el desierto helado van quedando atrás. Solo nos detenemos en dos poblaciones antes de llegar a la frontera.
Pasan las horas y da lugar a charlas, ver una película, tomar algo y luego almorzar en el restaurante.
En el tren las azafatas ofrecen agua caliente, te y café durante el trayecto, también está la posibilidad de comer en el dormitorio algún plato preparado por ellas a precio muy conveniente. La otra opción es ir al coche restaurante que ofrece un amplio menú de platos locales. Como curiosidad este coche restaurante circula solo hasta la frontera, del lado chino se agregará un restaurante de aquel país, por lo cual el menú cambiará drásticamente.
Pasaportes, por favor
Minutos antes de las 19 llegamos a la última estación del lado mongol. El tren permanece detenido por casi dos horas, donde el personal de migraciones sube y retira todos nuestros pasaportes, más tarde personal de aduanas revisa los camarotes. Una y otra vez las azafatas informan que no debemos abandonar nuestras ubicaciones.
Con nuestros pasaportes ya sellados nos ponemos en marcha y luego de 25 minutos estamos en China. La imponente estación Erlian y una veintena de oficiales de frontera nos recibe, aquí hay que bajar con nuestro equipaje e ingresar en la estación. Se parece a un aeropuerto, pasamos por migraciones, luego por aduana donde escanean y revisan el equipaje. El tiempo de espera aquí es de 5 horas, el tren será llevado a unas instalaciones donde se cambiarán los bogies para adaptarlos a la trocha china, un tanto menor que la de Mongolia. También se sacarán algunos coches, se agregarán otros chinos con pasajeros que suben en esta estación, la locomotora también será otra.
Pasada la medianoche ya podemos abordar nuevamente el tren, casi todos nos vamos a dormir. A las 2 de la mañana la formación reanuda la marcha.
Al despertar el paisaje ha cambiado drásticamente: de las llanuras heladas pasamos a los valles rodeados de montañas, si bien esta todo nevado la temperatura es mucho más alta, cercana a los -18ºC.
Es de mañana y ya es hora de desayunar, es momento de encaminarse en busca del restaurant. Luego de pasar 4 o 5 coches llego al restaurant. Es temprano y solo unos pocos están desayunando. Ojeo el menú en busca de algún plato interesante, teniendo en cuenta que en China el desayuno se compone con platos salados. Me decido por el cerdo agridulce crocante con arroz y una taza de café.
Luego de haber viajado por más de 24 horas, muchos rostros se hacen familiares, y la diferencia idiomática pareciera menor, al reemplazar las palabras con una sonrisa cada vez que uno se vuelve a cruzar una y otra vez. La presencia de turistas en ese tren es poco frecuente, muy diferente a lo que ocurre con el famoso Transiberiano, ese fue uno de los motivos que me llevó a realizar la experiencia.
Cuando falta algo más de una hora para llegar ya se empieza a sentir la ansiedad, muchos apuran para acomodar sus bolsos y pertenencias
De a poco la silueta de Beijing se hace más visible a lo lejos, y así nos vamos adentrando en la gran capital de la República Popular China.
Puntualmente 14.35 hora local y luego de 31 horas y 5 minutos de viaje el tren se detiene en la estación Beijing, en pocos minutos los más de 500 pasajeros se pierden en la imponente estación.
El relato fue enviado a lanacion.com por Diego Fernando Batista.
Fuente: Diario La Nación Sección Turismo